Apartamento 802


Eva vive en París. Su París queda, por lo general, justo en la esquina de Hugo Prato y Bulevar España, en un edificio alto, en el apartamento 802. Tiene plantas en pequeñas macetas flotantes que cuelgan de las paredes. Hay un sillón rojo, mullido y viejo, en el que suele sentarse el poeta Sereno cuando viene a visitarla. Viene seguido, en especial los domingos. Cuando toca la puerta ella corre al baño a lavarse la cara y lo deja pasar con desinterés, como si la hubiera interrumpido. Sereno se hunde en el sillón rojo y Eva siempre clava la vista en sus rulos demasiado morenos, pero si él se da cuenta desvía la mirada.

Ella se sienta en una punta de la mesa con un montón de papeles desordenados y dispersos. Por el ventanal del cuarto de estar se ven desde arriba los edificios grises de la ciudad, quietos, inafectados. Desde el octavo piso no se escucha ni un ruido de calle. Ella sintoniza una radio francesa bastante anónima, que suele dejar como sonido de fondo cada vez que la visita Sereno.

El conductor radial es un viejo filósofo que habla, en un francés bastante cerrado, sobre las vidas que pudo haber tenido. Se queja del striptease en los cabarets franceses, argumentando que los movimientos repetitivos de los bailes de las mujeres son tan solo otra forma de permanecer vestidas, por lo que nunca están realmente desnudas. Admite que la idea la leyó en algún libro de algún ensayista francés, con el que está muy de acuerdo. Otras veces el conductor se explaya acerca de su bloqueo de escritor, admitiendo que trabaja en la radio porque la tinta de sus manos está seca. En general admite bastantes cosas, confesiones enojadas y casi sinceras que les regala a los oyentes, cosa que a Eva y a Sereno les gusta.

Por supuesto, a veces Eva y Sereno hacen el amor. Eva accede porque el romance es obligación en un lugar como París, y porque sabe que Sereno solo muestra sus escritos inéditos en las confesiones de sobrecama.

En París, en aquel octavo piso, la lluvia suele llegar primero, antes de llegarles a todos. Porque París, como suele explicar Eva, es muy húmedo. Es invierno casi siempre: es invierno en otoño, es invierno en primavera. Entonces Eva, cuando está sola, le saca fotos a la lluvia parisina que cae por su ventana antes de caer en las ventanas de nadie. Hay una pared en la que cuelga, encuadradas, impresas en papel mate, todas las fotos de las lluvias en París.

Una vez una tía de Eva paró en su casa a visitarla. Merendaron sentadas en el sillón rojo, mirando la luz a través de la ventana. La tía recorrió con la vista las fotos en la pared y decidió que Eva tendría que realmente visitar París, el París que estaba en Francia. Así fue como Eva desapareció para todos aquel martes de marzo. Al cabo de quince días, volvió con ganas a su casa, y tuvo que decirle la verdad a su tía: París a París no se parece en nada.