Instrucciones para convertirse en gaviota



Sepa que puede. Tiene que estar convencido, sino la gaviota interior se intimida. Tiene que buscar un día gris y caminar por la rambla. Si no puede acceder a la rambla montevideana usted deberá contactar nuestros técnicos en el lugar correspondiente.
Párese en dirección al mar, es mejor si por la zona hay otras gaviotas volando entre la niebla. Si hay niebla siempre es mejor.
Sienta cómo su hombro derecho se disloca, se descoloca, y hace un crack, a la vez que no puede evitar llevar el brazo entero hacia atrás. En un momento lo mismo pasará con su brazo izquierdo.
Piense en todo momento que usted nació para mucho más que para lo que está viviendo. Que en realidad puede volar con las demás gaviotas, porque el cuerpo humano en el que habita a diario es demasiado débil para hazañas inesperadas.
Si aún así la transformación se ve un poco trancada, pruebe dar un galope corto por la arena hasta poder sentir cómo sus pies se despegan de ella. Sus omóplatos agradecerán la carrera anticipatoria ya que podrán transformarse en alas de una forma menos dolorosa.
Cuando mire para abajo y vea a lo lejos una orilla y el olor del mar sea más intenso y el viento le golpee la cara, usted ha tenido éxito: es una gaviota.


Me quedé con tu poema

Él estaba ahí escribiendo, como si nada, en el bloque de cemento a la entrada del callejón. Y yo pensando que me gusta que exista otra gente así, y que traje todo menos mi libreta. Y fue así como me paré en la vereda de enfrente y empecé a sacarle fotos. Y el pip que hace mi máquina lo alertó y levantó la cabeza y me vio inclinada en la vereda de enfrente sacándole fotos. Y le dije ¡pero no te muevas! Y volvió a bajar la mirada y volvió a escribir, entonces me animé y crucé y me senté al lado suyo y lo congelé en mi cámara de nuevo y me dijo que me cambiaba su texto por una de mis imágenes suyas. Y me pasó su texto y su e-mail y yo le dije te conozco. Y me dijo yo te conozco a vos también. Y resulta que nos conocíamos, porque al final los que podemos estar sentados en un callejón, escribiendo en una libretita, siempre nos conocemos.

No hay ojos para todo


I.
La calle se inunda de niebla
los muchachos del muelle apagan el cigarrillo
Quizá sea hora de irme, le dijo él
¿Qué?, la cara de ella de hielo
Y él tomó el camino del muelle
hasta convertirse en gaviota

II.
Las calles huelen a movimiento
y yo me alimento
de la mística que tiene mi situación:
estoy lejos de lo que conozco,
ilusiono con libertades,
hay infinitas librerías,
hace frío
y las personas destilan
una especie de arte
que persigo

III.
En el puerto los chinos
bajan de sus barcos
y abrazan
a sus amantes
mientras las gaviotas siguen sus pasos

IV.
No escucharte
estando lejos
mientras le sonrío a otro
no es serte infiel

una vez una tarde


en la oscuridad una mujer
como siempre desnuda
araña la espalda del hombre
en una caricia usual

el grito se oye desde
el balcón / un balcón
mientras María cuelga
unas ropas
(que no se secaron
cuando debieron)

así la noche cálida
y seca
distante siempre
se presenta
en suburbios grises
llenos de gatos
y balcones
y palomas
y gritos

Apartamento 802


Eva vive en París. Su París queda, por lo general, justo en la esquina de Hugo Prato y Bulevar España, en un edificio alto, en el apartamento 802. Tiene plantas en pequeñas macetas flotantes que cuelgan de las paredes. Hay un sillón rojo, mullido y viejo, en el que suele sentarse el poeta Sereno cuando viene a visitarla. Viene seguido, en especial los domingos. Cuando toca la puerta ella corre al baño a lavarse la cara y lo deja pasar con desinterés, como si la hubiera interrumpido. Sereno se hunde en el sillón rojo y Eva siempre clava la vista en sus rulos demasiado morenos, pero si él se da cuenta desvía la mirada.

Ella se sienta en una punta de la mesa con un montón de papeles desordenados y dispersos. Por el ventanal del cuarto de estar se ven desde arriba los edificios grises de la ciudad, quietos, inafectados. Desde el octavo piso no se escucha ni un ruido de calle. Ella sintoniza una radio francesa bastante anónima, que suele dejar como sonido de fondo cada vez que la visita Sereno.

El conductor radial es un viejo filósofo que habla, en un francés bastante cerrado, sobre las vidas que pudo haber tenido. Se queja del striptease en los cabarets franceses, argumentando que los movimientos repetitivos de los bailes de las mujeres son tan solo otra forma de permanecer vestidas, por lo que nunca están realmente desnudas. Admite que la idea la leyó en algún libro de algún ensayista francés, con el que está muy de acuerdo. Otras veces el conductor se explaya acerca de su bloqueo de escritor, admitiendo que trabaja en la radio porque la tinta de sus manos está seca. En general admite bastantes cosas, confesiones enojadas y casi sinceras que les regala a los oyentes, cosa que a Eva y a Sereno les gusta.

Por supuesto, a veces Eva y Sereno hacen el amor. Eva accede porque el romance es obligación en un lugar como París, y porque sabe que Sereno solo muestra sus escritos inéditos en las confesiones de sobrecama.

En París, en aquel octavo piso, la lluvia suele llegar primero, antes de llegarles a todos. Porque París, como suele explicar Eva, es muy húmedo. Es invierno casi siempre: es invierno en otoño, es invierno en primavera. Entonces Eva, cuando está sola, le saca fotos a la lluvia parisina que cae por su ventana antes de caer en las ventanas de nadie. Hay una pared en la que cuelga, encuadradas, impresas en papel mate, todas las fotos de las lluvias en París.

Una vez una tía de Eva paró en su casa a visitarla. Merendaron sentadas en el sillón rojo, mirando la luz a través de la ventana. La tía recorrió con la vista las fotos en la pared y decidió que Eva tendría que realmente visitar París, el París que estaba en Francia. Así fue como Eva desapareció para todos aquel martes de marzo. Al cabo de quince días, volvió con ganas a su casa, y tuvo que decirle la verdad a su tía: París a París no se parece en nada.